Roadtrip por Islandia. Sur de Islandia, segunda parte.

Tiempo de procrastinación | 9 minutos

Tras desayunar y recoger las cosas, nos montamos en el coche.

El día tiene una pinta fatal. Llueve a cántaros y el viento que hace es impresionante. El frío es llevadero, pero con tanta lluvia es sumamente incómodo estar en el exterior.

Vík í Mýrdal es una pequeña ciudad que no tiene mucho que ofrecer más que ser zona de paso. Salvo la iglesia ubicada en el alto y la playa.

Black Sand Beach en Vík í Mýrdal

Al llegar a la playa no sabemos qué hacer.

El viento es horroroso. Mueve el coche estando parado y la lluvia arrecia por momentos. Nos lo pensamos mucho antes de bajarnos a verla. Al fin y al cabo es una playa de piedras negras y poco más.

Al final, por un momento deja de llover. El viento sigue, pero el agua ya no cae con fuerza.

Decidimos ponernos la chaqueta impermeable y el pantalón de agua. ¡Allá vamos!

Al llegar a la playa, vemos a lo lejos cómo termina en un acantilado que da al mar. Las olas baten con fuerza y se entrevé en la bruma del agua de mar unas formaciones macizas a la altura del acantilado.

El viento sigue azotando y empieza a llover con intensidad de nuevo. Aunque se está «calentito» dentro de la ropa, en el trozo de cara donde no tapa es insoportable la fuerza con que el viento empuja el agua de lluvia.

Mi pareja no se atreve a sacar la cámara y yo decido hacer alguna foto con el móvil. Al acabar, echamos a correr de vuelta al coche. ¡Vaya temporal!

En la playa de arena negra de Vík í Mýrdal. Se pueden ver perfectamente
los «goterones» que nos estaban cayendo en ese momento.

Al montarnos, nos miramos…

«Vamos a ver la iglesia y después vamos parando en lo que tenemos anotado… Ya veremos si nos bajamos».

Al llegar a la iglesia, tenemos una vista de toda Vík í Mýrdal… Que vemos desde el coche. Qué barbaridad de viento. 🙁

Ponemos rumbo a la siguiente parada. Otra parada friki de «Game of Thrones».

Playa de Reynisfjara y la cueva Hálsanefshellir

Puede que te suene -o no- si viste «Juego de Tronos». En esta playa, el muro de hielo del norte acababa en el mar. Y en un par de capítulos de la Temporada 7 se ve la cueva.

El sitio es alucinante. La cueva escarbada en la pared basáltica de la montaña le da un aspecto muy curioso. Las columnas de basalto formas una especie de escalinata donde había gente que se subía y sacaba fotos.

La cueva de Reynisfjara

El sitio es algo peligroso. Hay muchos letreros avisando sobre los golpes de mar y sobre la caída de piedras desde la montaña. Y el día no estaba acompañando para nada.

El viento levantaba la arena de la playa y nos pegaba en la cara con tanta fuerza que dolía.

Durante el rato que estuvimos en la playa, tanto la lluvia como el viento nos dio un pequeño respiro de unos 10 minutos que nos permitió ver la zona y entrar en la cueva. Esta playa está justo del otro lado del acantilado que se ve desde la playa negra de Vík í Mýrdal.

Después de pasarnos un rato viendo cómo alguna china casi se mata por hacer la foto subiéndose a las piedras, vamos al siguiente punto. Un sitio que tenía ganas de ver más que nada para poder observar unos «bichos» que me resultaban simpáticos: Los frailecillos.

Dyrhólaey y su faro

La pequeñísima península de Dyrhólaey está muy cerca de Reynisfjara y es un buen punto de observación de los frailecillos.

O eso dicen, porque nosotros no vimos ni el primero. De hecho, suerte tuvimos de ver el faro y las formaciones rocosas de la península.

Al llegar al parking del faro dudé seriamente en bajarnos del coche. El parking es en cuesta y tuve serias dudas de que, a pesar de tener el freno de mano y una marcha metida, con el viento que hacía, el coche se desplazara.

Pero bueno, estábamos allí, así que decidimos bajarnos.

Madre mía.

Caminar era prácticamente imposible. Las rachas de viento empujaban de una manera animal. Había que hacer mucho esfuerzo para dar más de 3 pasos seguidos.

Al llegar al faro, nos resguardamos el viento durante unos minutos. Nuestras caras eran un poema.

Decido acercarme al borde del acantilado a ver las formaciones rocosas que están dentro del mar. Obviamente el viento pegaba de medio lado y no hacia al mar, que si no, ni de broma me acercaba.

Escucha cómo me pegaba el viento…

Saqué un par de fotos y un par de pequeños vídeos con el móvil y dimos la vuelta.

El camino de vuelta fue aún peor. En alguna zona nos tuvimos que agarrar a una cadena que bordeaba el césped. Ahí creo que llegamos a tener miedo. Y estamos hablando de que el trayecto del coche al faro son unos 50 metros como mucho.

No sé cómo será el viento de un huracán «pequeño» -de esos de categoría 1-, pero dudo que hubiera mucha diferencia. Qué horror tiene que ser uno de los bestias de categoría 5.

Solheimasandur, donde está el avión estrellado

Siguiendo por la Carretera 1 nos encontramos con el parking habilitado para ir a visitar Solheimasandur.

Esta playa no tiene mucho más que ser una de las más largas del país. Pero la cuestión principal es que para llegar a la playa, hay que atravesar una extensión enorme de arena negra.

Cuando llegamos al parking, estaba saliendo el último autobús del día. Este autobús atraviesa la extensión de tierra y te llama hasta los restos del avión DC-3 estrellado en la playa en 1973.

Seguro que si ves las fotos de Google, sabes de lo que te hablo.

Eso sí, no nuestras fotos porque no le sacamos ninguna. Al perder el último autobús, pensé que podíamos ir caminando.

Cuando llevábamos unos 15 minutos caminando, mi pareja vio en el móvil que para llegar al avión eran… ¡2 horas caminando!

Así que dimos media vuelta. No podíamos perder ese tiempo para ver unos restos de avión. Si hubiéramos llegado al bus, aún bueno, pero…

La lengua glaciar Sólheimajökull

No parece gran cosa, pero si te fijas a la derecha, en la base del glaciar
se ven unas manchas en horizontal. Eso es gente.

Un poco más adelante del parking del avión estrellado, hay un desvío para acceder a la zona de visita de la lengua glaciar Sólheimajökull.

No es tan espectacular como la que habíamos visitado el día anterior, pero al estar tan a pie de carretera, sin duda es más recomendable si no hay tiempo para hacer algo de senderismo.

En la zona además hay una cafetería donde tomar algo y ver frailecillos… de peluche. 😀

No son los que me hubiera gustado ver, pero bueno… 🙂

En el parking de acceso hay touroperadores que te llevan hasta la base del glaciar. El camino no parecía complicado, pero nosotros decidimos no ir. El día, aunque el viento se había calmado, no invitaba a más aventuras.

«En la próxima visita a Islandia tocará hacer todos los tours que no hicimos de esta vez».

Ese fue el razonamiento.

Cascada Skógafoss

Parece mentira, pero no nos cansamos de ver cascadas. Como comenté en algún artículo anterior, cada una tiene «su cosa».

Esta vez, Skógafoss sorprende por el entorno y por cómo se llega a ella.

La cascada -de unos 60 metros- se precipita en una especie de agujero que se formó en la montaña. La cascada es ancha y cae con fuerza, pero a pesar de eso, el río que forma no es nada profundo.

Puedes caminar hasta prácticamente -y sin el prácticamente- meterte en ella.

Puedes meterte literalmente en Skógarfoss

La zona es sumamente curiosa.

Cuando estábamos en la zona, había una pareja de recién casados sacándose fotos.

Empapados.

Estos islandeses están pirados.

Otra cascada curiosa: Seljalandsfoss

Tras aparcar, seguimos el camino que nos conduce a esta cascada que tiene una peculiaridad: Puedes pasar por detrás de su caída.

Y es que por detrás de la cascada hay una especie de gruta que puedes atravesar por el lado derecho. Por el izquierdo puede dar la impresión de que sí hay camino, pero en realidad es un mirador.

Vamos hasta el puente que te permite tener una vista directa de la cascada y sacamos alguna foto.

Finalmente, vamos por el lado derecho para ir por detrás de la caída de agua.

El sitio no parece tan grande cuando lo ves desde lejos, pero sí que es un lugar amplio.

Puedes pasar de verdad por la parte de atrás de Seljalandsfoss.
Parece pequeña, pero fíjate en el tamaño del puente.

El agua no cae con muchísima fuerza y desde detrás puedes acceder -con un poco de complicación- hasta la base. Mucha gente accede hasta ahí para sacar fotos, pero el sitio es bastante resbaladizo y no es plan de «medio matarse» por una foto.

La noche ya caía, así que las fotos quedaban genial. El sitio es precioso y desde la parte de atrás hay vistas a una extensión de campo bastante grande.

En resumen, otra cascada, pero de nuevo, con algo distinto a los demás.

Nuestra parada del día: Hella

El hotel quedaba en esta localidad, una de las paradas más turísticas -por aquello de hacer noche- del sur de Islandia.

Ese día decidimos comer «de verdad». Así que buscamos un restaurante por los alrededores.

Nos decidimos por uno que tenía una peculiaridad: Servían carne de ballena. 😀

El restaurante se llama Strönd y esta situado en las cercanías de Hella. En realidad, es un campo de golf con restaurante donde el chaval que nos atendió era muy amable y al ser colombiano, el idioma no supuso ninguna barrera -aunque me defiendo en inglés, creo yo 🙂 -.

Y eso es otra cosa que nos llamó muchísimo la atención de Islandia: La cantidad ingente de campos de golf a lo largo y ancho del país. Sinceramente, ¡ni me lo imaginaba!

Así que tras probar la ballena -una cosa un poco extraña porque tiene textura de carne de ternera blanda y sabe un poco a ternera… pero te deja un regusto al final a mar– y después de un día ajetreado, nos fuimos a descansar.

El siguiente día prometía. Y os lo contaré en los artículos finales que publicaré más adelante. 🙂

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