El día amaneció soleado y con muy buena temperatura -aunque con alguna que otra nube amenazante-. Un día típico de primavera que agradecimos después del día gris y frío anterior -además de porque no queríamos repetir la «mojadura» de la noche anterior-.
Como comenté en el artículo anterior, Ginebra es una ciudad muy fácil de caminar, así que tras hacer el check-out en el hotel, dirigimos nuestros pasos con las maletas hacia la estación de trenes de la ciudad donde íbamos a recoger el coche de alquiler.
Sinceramente, nos hubiera gustado quedarnos algo más de tiempo en Ginebra, pero había que establecer prioridades.
Recogido el coche en la estación de trenes -en un principio iba a ser un Ford Fiesta o similar, pero al llegar nos hicieron una oferta que por poco más nos llevábamos una Fiat 500X, así que no dudamos-, ponemos el GPS dirección Laussane donde nos esperaban varias visitas.
Moverse en coche por Suiza
Los sistemas de autopistas son distintos a los usados en España o Estados Unidos.
En Suiza usan el sistema de viñetas, que no es más que una cuota anual en la que te dan una pegatina que pones en el cristal y que indica que la has pagado. Por tanto, tienes derecho a usar las autopistas del país.
Me parece un sistema mucho más cómodo e inteligente de gestionar los peajes además de que no es nada caro, alrededor de unos 40 francos suizos al año según tengo entendido. No lo sé con exactitud porque, al igual que la Cherokee de Miami, venía pagado con el alquiler-.
Así que si no quieres usar las autopistas, no tienes necesidad de pagarla, pero vamos, por el precio compensa hacerlo -y teniendo en cuenta que la multa es generosa si te pillan sin ella-.
Además, una vez conocidas las carreteras de Suiza, casi lo considero imprescindible salvo que vayas sin ninguna prisa. Excepto algunas de ellas, estas son en comparación con las de España unas comarcales con un asfalto más o menos decente.
Es sorprendente ver la clase de carreteras que hay fuera de España y comprobar una y otra vez que el sistema vial español es mucho mejor de lo que la gente piensa.
Primera parada: Laussane
Las vista de camino a Laussane son el aperitivo a lo que íbamos a ver durante todo el viaje. Sencillamente espectacular.
Al llegar al Laussane decidimos meter el coche en un parking y caminar la ciudad. Tampoco es grande y viendo el día que teníamos, nos apeteció hacerlo. Subir hasta la Catedral de Laussane caminando por la parte antigua de la ciudad es una delicia.
Esta catedral es una preciosa edificación gótica del siglo XIV y que «acompaña» a todas las edificaciones de los alrededores. Desde allí arriba hay vistas hacia el lago Lemán.
Después de visitar la catedral, dimos un pequeño paseo hasta el Chateau Saint-Maire, pasando al lado del Palacio de Rumine, un palacio renacentista con museos de bellas artes, arqueología y zoología. No teníamos tiempo suficiente para entrar, pero tengo que decir que es un sitio en el que hay que entrar.
Cerradas estas visitas, nos dirigimos al Museo Olímpico. Al llegar nos damos cuenta que ese día el museo estaba cerrado. Un «facepalm» de libro. No sabemos muy bien por qué, pero ¡no lo habíamos visto!
Después de la decepción, decidimos bajar al paseo del lago Lemán, por la parte de abajo de la Museo Olímpico donde está el Parque Olímpico y sacar alguna foto -y tener un encuentro desafortunado con unos turistas chinos maleducados-.
Fuimos caminando por el borde del lago Lemán hasta el puerto y luego hasta las Pirámides de Vidy, que no son más que unas construcciones con forma de pirámides -¡qué novedad!- que están en una explanada donde se ubicó el cuartel general del COI -Comité Olímpico Internacional-.
Como nos estábamos quedado sin tiempo, dimos la vuelto y nos fuimos al coche. Queríamos comer en un sitio que nos recomendó mi amigo «ginebrés» y no queríamos perder la oportunidad.
¡Y vaya sitio!
La comida fue cara -como todo en Suiza y esta un poquito más-, pero es que las vistas eran IMPRESIONANTES.
El lago, las viñas, las montañas nevadas el fondo, el reflejo de las nubes en el agua… Una visión digna de ver. Quedamos enamorados por completo del lugar. La foto que abre este artículo es hecha desde el lugar.
El restaurante se llama Le Deck y tienen además, hotel y spa. Pero visto el precio de la comida, ya ni miramos el precio del resto. Está ubicado en Chexbres.
Con el estómago lleno y prácticamente ya de noche, pusimos rumbo al hotel que estaba ubicado en Montreaux… O más bien, en lo alto de Montreaux. A 1150 metros de altitud. Unos 700 metros por encima del lago Lemán… Y con vistas a él.
Una pena que cuando llegamos, las nubes estaban a nuestra altura así que las vistas eran un gran manchurrón blanquecino. Contábamos con ver esas vistas en el desayuno… o no.
Momento de conocer Montreaux
El día amanece lluvioso y frío. Y por supuesto con algo de niebla, así que las «vistas impresionantes» se quedan en «vistas a una nube». Una pena tremenda porque el sitio prometía muchísimo. No veíamos más allá de 10 metros por momentos.
Si queréis echarle un ojo, es este: Hotel Le Coucou.
Con la decepción de no poder desayunar fuera por la lluvia y el frío, recogemos las cosas y las metemos en el coche. Toca conocer algo de Montreaux y cerrar el día cenando en Gruyères.
La primera parada que tenemos anotada es imprescindible: el precioso Château de Chillon.
Este castillo medieval que está prácticamente dentro del lago Lemán es una fortificación defensiva ¡desde la Edad de Bronce! y que tras sucesivas modificaciones durante los siglos y sobre todo durante la ocupación romana, se convirtió en el castillo que es hoy.
La famosa casa Saboya ocupó y amplió este castillo sobre el siglo XIII y se usó tanto como residencia como con fines militares.
El diseño más antiguo del castillo es de estilo gótico -algo que me encanta- y al parecer, el poeta Lord Byron se inspiró en estas paredes.
No voy a dar más datos del castillo porque seguro que hay gente que sabe mucho más que yo sobre él, así que si queréis leer más, aquí tenéis el enlace a la web del castillo –Chateau Chillon– y a la Wikipedia.
Sólo puedo decir que contábamos con estar como mucho un par de horas dentro y terminamos echando casi 4 horas visitándolo. Nos encantó. Miraras por donde miraras, encontrabas algo que fotografiar. Pocos sitios más fotogénicos he conocido y ¡eso que el día estaba horroroso!
Cuando salimos del Château, el día seguía nublado pero ya no llovía, así que decidimos ir a caminar por Montreaux.
Esta ciudad tiene un paseo bordeando el lago Lemán que te permite ver toda la costa de Saboya y tener una panorámica de las montañas de los alrededores realmente bonita.
Además, hay una característica especialmente curiosa de esta ciudad y tiene que ver con Freddie Mercury. Y es que este señor -que igual te suena- iba a Montreaux a inspirarse y se dice que la mayoría de sus canciones las compuso en esta ciudad.
Pasó sus últimos días aquí y tras su muerte, sus cenizas fueron esparcidas en el lago Lemán.
Por ello, la ciudad de Montreaux erigió una estatua del cantante de Queen en su paseo justo frente al Mercado y mirando de frente al lago Lemán.
Se nos había hecho tarde por el tiempo que pasamos en el Château de Chillon, así que tras sacar alguna fotillo a la estatua, nos fuimos a buscar el coche. Queríamos comer en Gruyères y hacer noche en Fribourg -Friburgo-.
Ponerse morado a comer queso en Gruyères
Al llegar a Gruyères nos encontramos con un pueblo prácticamente vacío. Pocas personas en las calles y muchos locales cerrados.
Me sorprendió encontrarme con esta postal, pero bueno, pusimos rumbo al interior del pueblo a buscar un restaurante -porque se aparca en la entrada, no puedes meterte a Gruyères en coche si no eres residente-. La ciudad en sí es pequeñísima. Un pueblito-.
Entramos en un sitio que nos tuvo buena pinta –Le chalet– y nos pedimos nuestra segunda fondue de queso del viaje. Ni qué decir tiene de lo buena que estaba. ¡Que estábamos en Gruyéres!
Al salir con el estómago hasta arriba, caminamos hasta el castillo de Gruyères… Para encontrarlo cerrado. El tiempo que pasamos en Chillon nos jugó una mala pasada y llegamos tarde para verlo. 🙁
Así que después de sacar sus fotos correspondientes del exterior del castillo, de sus alrededores y visto que ya empezaba a anochecer -sobre las 20:30-, nos montamos en el coche y pusimos dirección Friburgo. Al día siguiente tocaría visitarla.
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