Llegamos a Interlaken casi ya casi entrando la noche. Nuestro «hotel» en este caso no era hotel, era un piso tipo estudio pequeño, pero muy cómodo y bien ubicado.
Encontrarlo fue algo difícil porque como era en un bloque de edificios, nos costó una media hora dar con el sitio correcto. Pero una vez ubicado, la chica a quien se lo alquilamos a través de Booking nos atendió genial.
De hecho, en el edificio estaban haciendo alguna obra y como «compensación», nos hizo un par de regalos: A mi me regaló una colonia que aún he acabado hace unos días y unos pack de cuidado para la piel. La chica, un encanto, vamos. 🙂
Tras dejar las cosas en el estudio, nos fuimos a caminar un poco por la ciudad. Interlaken es pequeña y muy fácil de caminar. Fuimos parando por pequeños locales y cotilleando un poco el ambiente general de la ciudad.
Ya con la noche cerrada, nos vamos al hotel que al día siguiente tocaba ruta.
Dia 7. Interlaken: Primero, Lauterbrunnen
¿Sabéis estos sitios que ves muchas veces en fotos y dices «eso es fake«? Pues Lauterbrunnen es uno de ellos.
Tras recorrer unos kilómetros en coche desde Interlaken por el medio de unas montañas altísimas y siendo el recorrido casi paralelo a la vía del tren, llegamos al este pequeño pueblo que sin lugar a dudas es la cosa más idílica que he visto en mi vida (al menos de momento 😀 ).
Aparcamos en una zona que ya está habilitada para ello y aunque las nubes nos taparon la mayoría de la visita, no dejaba de ser algo simple y llanamente espectacular.
El pequeño valle entre montañas donde se ubica el pueblo, con las cascadas a ambos lados del mismo, los pastos verdes con sus vacas, las casas, las flores… Parecía todo sacado de un cuento.
Es que ¡hasta el cementerio era impresionante!
Al valle ya se le conoce como el «Valle de las 72 cascadas» y sin duda es algo que no deja indiferente. Sobre todo la cascada más cercana a Lauterbrunnen con sus 300 metros de altura.
Dedicamos unas 3 horas a recorrer la zona, caminando por las distintas sendas que había alrededor y sacando fotos a todo, vacas incluidas.
Desde aquí, decidimos visitar un sitio que nos apareció rebuscando por Internet qué había por la zona y que quedaba cerca.
Cascadas Trümmelbach
Las cascadas Trümmelbach están a literalmente 5 minutos en coche de Lauterbrunnen.
Son un conjunto de 10 cascadas alimentadas (cómo no) por los glaciares de la zona que han ido horadando la montaña, formando una cueva por donde el agua baja con una potencia descomunal y haciendo curvas imposibles dentro de ella.
Para visitarlas, compras una entrada y subes con un funicular por el interior de la cueva hasta la parte alta para luego ir bajando escaleras hasta la zona de entrada.
El recorrido impresiona.
Vas pasando entre pasadizos en la roca y pasarelas, bajando escaleras con el ruido ensordecedor de las cascadas y mojándote un poco por el agua que hay en suspensión.
La luz que hay en el interior es algo tenue, así que para sacar fotos la cosa está complicada. Y si le sumas la humedad y la cantidad de gente (hablamos de abril de 2018), o te plantas con un trípode u olvídate de sacar alguna decente de verdad.
De todas maneras, alguna «sin querer queriendo» sale. Aunque sinceramente no refleja la espectacularidad del lugar.
Una hora y media después de estar bajando escaleras, salimos del recinto y nos dirigimos al coche. El sol había abierto un poco más así que decidimos recorrer la zona de Interlaken dando un paseo y donde, tras encontrarlo casi por casualidad y si saber muy bien cómo, decidimos ir a tomar algo a un sitio muy especial.
Niesen-Kulm
La montaña Niesen forma parte de la cadena montañosa que rodea Interlaken. Su altura es de 2362 metros y para llegar hasta el pico, hay que subir por un funicular.
Lo impresionante del sitio ya no es sólo la ubicación y las vistas, sino que arriba del todo hay… ¡un restaurante y un hotel!
La subida es impagable. El desnivel desde donde se parte hasta que llegamos es de ¡1700 metros! Más de kilómetro y medio en la vertical.
Las expectativas por las vistas eran altas. Ver desde ahí arriba el lago Thun iba a ser una maravilla… Hasta que empezamos a alcanzar los 2000 metros. De repente, nos encontramos con un mar de nubes que nos iban a dejar sin ver nada. Literalmente NADA.
Ya que estábamos arriba, pensamos en pedir algo de comer en el restaurante y tomar algo caliente. Cuando terminamos de comer, ¡sorpresa! Empezó a despejar un poco. Y aunque de vez en cuando volvía a llenarse de bruma, por ratos tuvimos una vista espectacular de una almohada de nubes… ¡Precioso!
Después de maravillarnos con la vista, sacar alguna foto y seguir quitando el moquillo del fresquete que hacía, volvimos al funicular para bajar. Nos iba llevar un ratillo volver al hotel, así que decidimos ir de vuelta a Interlaken y caminar un poco más por el pueblo para conocerlo e igual, comprar algo (que cayeron un par de relojes… Swatch. 🙂 ).
Dia 8. ¡Jungfrau! El «top of the Europe»
Para este día sólo teníamos una cosa en la agenda: Ir a la montaña más alta de Europa.
La llegada a Jungfrau desde Interlaken es muy fácil gracias al grandioso sistema público de ferrocarriles de Suiza. En la estación de Interlaken Ost, se toma un tren hasta Grindelwald. Al llegar a este pueblo (que es otra preciosidad más de Suiza, claro), se cambia por un tren cremallera que sube hasta la montaña Jungfraujoch.
Si eres impaciente, mejor toma una tila porque el camino puede llevar perfectamente 4 horas. La subida se hace con mucha calma y con una parada intermedia en Kleine Scheidegg, un lugar donde hay un hotel y desde donde se pueden recorrer rutas de senderismo alucinantes.
El camino ya te lo puedes imaginar: Vistas impresionantes a las montañas suizas y cada vez más y más nieve. Todo acompañado con el encanto del traqueteo del tren cuando tiene que ir enganchando en las zonas más empinadas, a las cremalleras que le ayudan a subir. Finalmente en la cima, llegas a una estación que está bajo tierra y desde donde se accede a las instalaciones existentes.
En el momento que sales del tren, si no has estado en un sitio a tanta altura, notas la bajada de oxígeno en el aire. Mucha gente ha tenido ciertos problemas cuando se está a esa altura (unos 3.400 metros sobre el nivel del mar) con la falta de oxígeno. Esto provoca que tu corazón trabaje más al recibir menos «combustible». A mi se me hizo algo pesado el ambiente y durante las horas que pasamos allí, lo noté de buena manera, aunque no tuve mayores problemas.
Volviendo a las instalaciones, te encuentras con un montón de tiendecitas de souvenirs y con restaurantes. Tras subir unas escaleras ¡una cristalera con vistas al glaciar que quita el hipo!
En un primer momento había muchas nubes bajas (bajas en el sentido de que justo estaban a nuestra altura), así que mucha de la vista se perdía en esa bruma. Esperábamos que abriera un poco el sol, así que decidimos visitar las «cuevas de hielo» que hay en las instalaciones.
Cavadas directamente en el hielo, paseas por unos pasillos donde hay obras escultóricas… hechas en hielo, claro. Y también te encuentras con ¡bichos que se suponen que no tienen que estar ahí! 🙂
Después de resbalarnos un par de veces y reírnos de nuestra torpeza, decidimos volver a la parte de arriba a ver si había menos bruma. Y al llegar arriba, percibimos que el sol había aparecido. En el momento que vamos a la cristalera, lo único que aparece en mi boca es un ¡oh!
Es difícil encontrar palabras para la vista que se ve desde allí. Esa combinación de azul + el blanco más puro es algo que se queda grabado en la retina.
Por un lado de las instalaciones, hay una puerta que te permite ir al exterior y donde, tras echar un ojo rápido por la zona, fuimos. Eso sí, ¡abrigadísimos! La temperatura ese día era de 8 bajo cero con una sensación térmica peor porque hacía viento. ¡Mucho viento! Al quitar los guantes para poder hacer un par de fotos, aguanté menos de 2 minutos sin ellos. No se podía dejar un resquicio al frío.
Así que después de congelarnos, sacar un par de fotos un poco de aquella manera y resbalarnos un par de veces (el suelo era… nieve pisada. Es decir: hielo), vamos de nuevo dentro de las instalaciones a tomar algo caliente. Y a sentarnos a ver esas vistas. Me hubiera podido pasar el día sentado mirando hacia fuera perfectamente.
Empezaba a llegar la hora de nuestro tren de vuelta, así que tocaba ir visitar las tiendas a ver si nos llevábamos algo… que lo que toco llevar fue ¡chocolate! El día se pasó en un pispás y empezaba a acabársenos el viaje. Al día siguiente dejábamos esta zona tan espectacular que es Interlaken y nos dirigíamos a otra ciudad con encanto: Lucerna.
Día 9. Luzern y llegada a Zúrich
Con las cosas metidas en el maletero, ponemos el GPS para que nos guíe hasta Lucerna. Justo antes de abandonar la zona del lago de Brienz, decidimos hacer una parada en en pueblo con ese mismo nombre y caminar un poco.
Es, como no, uno de los tantos pueblos suizos donde mires a donde mires te parece todo bonito. Había algo de bruma, pero el color del lago (ese azul turquesa tan llamativo) y las vistas a las formaciones montañosas de los alrededores con cascada incluida sólo me hacían pensar que tiene que ser alucinante vivir en un sitio así y al abrir la ventana, encontrarte esas vistas.
Estuvimos alrededor de hora y media caminando por el pueblo, por el paseo del lago y viendo estatuas curiosas que tenían por ahí. Además, nos adentramos un poco por alguna calle y nos encontramos con estampas tan bonitas como la de la foto siguiente:
Como queríamos llegar a Lucerna con algo de tiempo, decidimos volver al coche y dirigirnos allí para tener alguna hora de luz decente al llegar.
Tras una hora de coche, llegamos a Lucerna y encontramos un parking donde dejar el coche a resguardo con las cosas dentro. Además, nos quedaba muy cerca de uno de los puntos «clave» de la ciudad: El puente Kapellbrücke.
Este puente de madera del siglo 14, tiene una gran torre de agua de piedra que tuvo múltiples usos -torre de vigilancia, archivo de la ciudad…- y sus techos están decorados con arte inspirado en el siglo 17.
Aunque tiene algo de truco.
Por desgracia, el puente sufrió un incendio en el siglo 19 que a la hora de reconstruirlo, lo que hicieron fue rellenar una orilla para así acortarlo. Además, en 1993 sufrió otro incendio que quemó gran parte del puente, perdiéndose también una gran cantidad de las pinturas de los techos.
Se reconstruyó y volvió a abrir al público un año después.
No deja de ser curioso atravesarlo y dedicarte la mayor parte del tiempo a mirar las pinturas de los techos, además de las vistas que deja hacia la zona vieja de la ciudad, que era hacia donde nos dirigíamos después.
Monumento al León de Lucerna y casco histórico
Tras cruzar, nos dirigimos a ver el monumento al león. Este monumento es una talla realizada en una pared rocosa situada detrás de un pequeño lago que conmemora la muerte de 760 soldados de la Guardia Suiza durante la Revolución francesa en el Palacio de las Tullerías en París.
La figura impresiona, tanto por el tamaño (que no parece que sea tan grande en las fotos) como por la expresión.
Después de sacar las fotos correspondientes, decidimos caminar sin rumbo fijo por el casco histórico de Lucerna observando con interés los edificios de la ciudad. Uno de ellos, que se encuentra en la plaza Hirshenplatz, destaca especialmente: Tiene unos frescos que datan del año 1499 en su fachada.
Eso sí, no es el único de la ciudad con fachadas pintadas. Y es que a medida que se avanza por el casco histórico de Lucerna, puedes ir encontrando relojes, frescos, farolas o simplemente edificios que son preciosos.
Nos acercamos también a ver un edificio que destaca sobre los demás en esta ciudad: La Catedral de Lucerna. Los techos de sus campanarios llaman fuertemente la atención desde lejos.
Después de pasar más de 2 horas caminando por Lucerna, nos damos un pequeño festín tomando unos riquísimos helados de una de las mejores heladerías de la ciudad.
Era hora de irnos a Zúrich y entregar el coche que nos acompañó en este viaje ya que es nuestro destino final.
Día 10. Zúrich
Zúrich es una ciudad donde lo mejor que se puede hacer es… simplemente pasear.
La zona histórica, dividida en 4 barrios, destaca por su cantidad de callejuelas y plazas donde puedes ver edificios medievales y de la época del Renacimiento. Además, cientos de tienditas, restaurantes…
Por eso, y a pesar de que nosotros no nos dimos cuenta (porque la verdad es que ni se nos ocurría en ese momento), lo recomendable es hacer un tour para conocer los entresijos de la ciudad. Sea uno guiado o uno de los tantos «freetour» que existen ahora.
Durante nuestro paseo por la ciudad, vimos:
- Paradeplatz en Bahnhofstrasse. Una famosa parada de tranvías con un montón de enlaces a distintas rutas,
- Iglesia Grossmünster,
- Iglesia de la Abadía de Fraumünster,
- Augustinergasse. Antiguo camino medieval convertida a calle del casco antiguo de la ciudad.
- Bahnhofstrasse. La calle de las tiendas donde muy pocos pueden comprar cosas.
- Teatro de la Ópera de Zúrich. En el momento que fuimos, estaba prácticamente cubierta por trabajos de restauración (creo yo). Una pena.
- Colina de Lindenhof. Desde donde tienes unas buenas vistas a la ciudad, desde el margen izquierdo del río Limmat.
El día lo pasamos callejeando completamente, así que en realidad nos quedó poco por ver en la ciudad. Sólo nos quedaba un par de horas en la mañana siguiente y salíamos en el vuelo de vuelta.
Día 11. Zúrich y vuelta a casa
Tristes porque se nos había acabado el viaje, salimos del hotel a la hora del check-out simplemente para ir a desayunar, estirar un poco las piernas y dirigirnos al aeropuerto de Zúrich, desde tomaríamos el vuelo directo a Madrid.
Nuestro hotel, uno de los más «estilosos» donde he estado nunca, estaba muy bien ubicado y desde el cual era muy fácil visitar toda la ciudad… Y tomar el ¡tranvía! para el aeropuerto. Así que decidimos dejar las maletas en el hotel y dar un pequeño paseo junto al lago de Zúrich, aprovechando el buen día que hacía y estirando un poco las patas para después sentarnos 2 horas en el avión… y 3 horas en el coche para volver a casa.
Un viaje 100% recomendado, en un país con una naturaleza increíblemente bella y unas ciudades dignas de visitar… El único «pero» son los precios. Pero de eso ya vamos todos avisados, ¿no? 🙂









