Aunque parece que Florida no es más que Miami Beach y Los Cayos, hay mucho que ver en este estado. Hay montones de museos de todo tipo, galerías de arte, centros comerciales gigantescos, parques de atracciones… Y claro, playas. Como siempre, Google, Los Viajeros y recomendaciones de mis amigos empezaron a aparecer.
Pensé en un principio contar todo lo que queríamos visitar antes de contar el viaje en sí. Pero creo que es más entretenido ir contándolo sobre el camino. Así que, empieza la narración del viaje.
Madrid – Miami
El vuelo salía el 5 de agosto a las 12 del mediodía, así que para evitar sustos de última hora, el 4 de agosto fuimos a pasar la noche en un hotel al lado de Barajas. Las 3 horas y pico desde casa preferimos hacerlas el día anterior.
El 5, tocó levantarse temprano. Ducha, desayuno, check-out, meter las maletas en el coche y ¡directos al parking de larga estancia de Barajas!
Tuvimos la gran suerte que al llegar, el parking de larga estancia estaba hasta la bandera, por lo que el responsable nos comentó que llegaron a un acuerdo con AENA -los que gestionan el aeropuerto- y ¡podíamos aparcar en dos de las torres -C y D- de la terminal! Nos ahorramos 20 minutos de bus/caminata hasta la terminal.
¡La cosa empieza bien!
Una vez facturado y pasada la zona de seguridad… El vuelo va con retraso. De hecho, va con 3 horas de retraso. Así que, no queda más que echarle paciencia y esperar.
Terminamos llegando a Miami a las 20.30 de la noche.
Lo primero que te recibe en Miami cuando sales por la puerta del avión es un calor monumental y la humedad. Muchísima humedad. Entre el avión y la terminal, en el paseo por el finger, casi empiezo a sudar. ¡Madre del amor hermoso! ¡Y son las 20.30 de la noche!
Aduanas en Miami
La anterior vez que fui a Miami en 2009, estuve más de 2 horas para pasar aduanas. Muchísima gente, varios vuelos llegando a la vez, un poco de caos para las colas de aduanas… Pero esta vez fue diferente. A lo mejor influyó también que al llegar el avión con retraso, había menos vuelos a esa hora.
La cuestión principal es que ahora tienen unas máquinas en las que con tus papeles -y huellas- dictaminan si puedes pasar aduanas directamente o no. En nuestro caso, no nos «dio por válido», así que tuvimos que hacer cola para pasar por los mostradores.
En realidad, tampoco nos importó mucho, a pesar de haber bastante gente, la cosa se movía de manera bastante ágil. Una vez llegado al mostrador del agente, no tuvimos ningún tipo de problemas. Nos preguntó lo típico de qué íbamos a hacer, cuánto tiempo, a qué nos dedicábamos… Y ya está.
Pasado el trámite y ya con las maletas recogidas, buscamos el mostrador en la empresa de alquiler. La nuestra era Álamo. Los mostradores son fáciles de localizar en el aeropuerto de Miami.
Hacemos toda la documentación, preguntamos cómo ir hasta donde están los coches y allí nos fuimos.
Al llegar al parking, nos encontramos lo que ya me había llamado la atención la primera vez: Un parking dividido por zonas con los distintos tipos de coches. Llegas allí, muestras la documentación y te dicen dónde está la zona de tu tipo de coche. Una vez ahí, puedes elegir cualquiera de los coches de esa zona.
Nosotros teníamos para elegir entre una monovolúmen -una Chrysler Pacífica- o una SUV -una Nissan X-Trail-. No nos gustaba ninguno de los 2…
De refilón, vimos que había una Jeep Cherokee blanca que estaban trayendo, así que esperamos un par de minutos y cuando la aparcaron, allí fuimos nosotros.
Metimos las cosas en el maletero, salimos el parking -donde a la salida anotan qué coche llevas-, ponemos el GPS rumbo al hotel y let’s go!
Miami Beach. La primera en la frente.
Ir en coche hasta Miami Beach y recorrer la zona ya es una experiencia en sí. Pasamos el puente de la MacArthur Causeway, y entramos en la South Beach a través de 5th Street. Nuestro hotel estaba en Collins Avenue. Nos habían dicho desde el hotel que ellos tenían parking, pero no hacían reserva. Que de todas maneras, había parking cerca.
El hotel no fue difícil de localizar. Así que aparcamos en la entrada, hacemos el check-in y preguntamos si tenían plazas de parking libre. Nos dijeron que no durante los siguientes 2 días, pero que podíamos dejar el coche en un parking casi al lado sin problemas. Cuando hubiera sitio libre, nos lo daban a nosotros.
Metemos las maletas en la habitación y fuimos a aparcar. En Miami Beach es difícil encontrar sitios donde aparcar. Ya no sólo el hecho de que todo sea de pago, sino que todo el mundo usa coche y está todo lleno.
En el parking público que estaba al lado del hotel, tuvimos suerte y había un hueco donde dejar el coche. Y aquí viene «a primera en la frente» del viaje: Yo siempre aparco de frente, pero esta vez se me dio por meterlo marcha atrás. No me preguntéis por qué, porque no lo sé.
Resulta que había un cartel que decía que NO SE PUEDE APARCAR EL COCHE MARCHA ATRÁS. Así que, al día siguiente, teníamos una estupenda «receta» de la policía con su respectiva multa de veintitantos dólares
¿Buscáis la razón? Pues como los coches en Florida sólo tienen matrícula en la parte de atrás, si aparcas como yo, el policía de turno que pasa por el parking no la ve.
Amaneciendo que es gerundio
El día empezó desayunando en el hotel a eso de las 10 de la mañana. Al salir a la calle ¡bam!, 27 grados a las 11.30. Recogemos el coche -mirando incrédulos lo de la multa de aparcamiento y yendo al hotel a consultar cómo pagar- y nos vamos a la primera «visita cultural» del viaje.
Si buscas información de la ciudad de Miami, es sorprendente la cantidad de museos y sitios históricos que hay para visitar. No soy ningún crítico de arte ni nada por el estilo, pero me gusta visitar este tipo de sitios. A nosotros nos llamaron la atención varios y el primero que fuimos a visitar fue el Pérez Art Museum Miami (PAMM), un museo de arte contemporáneo. Desde la ubicación del hotel, nos quedaba relativamente cerca en coche. En unos 15 minutos estábamos allí.
El problema radicó en aparcar.
El parking del mismo museo estaba hasta los topes -es lo que tiene ir visitar algo un domingo-, así que tuvimos que dar una vuelta por la zona buscando dónde dejarlo. Al final, nos vimos una explanada cerrada cerca del museo que por unos dólares, te dejaban aparcar. Así que allí dejamos el coche y nos fuimos caminando al museo.
El edificio del museo es bastante particular, con obras de arte ya en los exteriores como el «jardín colgante» donde tienes unos sillones para sentarte y contemplar las vistas hacia Miami Beach -con algo refrescante para beber, mucho mejor- y las lianas azules.
Una vez entras, pagas la entrada -unos 15 dólares- y pasas al interior. Hay tours guiados -alguno en español- que te explicarán con mayor detalle las obras. Nosotros no solemos coger este tipo de tours, pero lo comento porque hay la opción.
La cantidad de obras en sí no son muchas. De hecho, por el precio de la entrada me parece algo pobre, pero no por ello dejó de gustarme. Había obras de arte muy interesantes, coloristas y alguna exposición temporal muy curiosa. No voy a entrar en detalles porque las exposiciones van variando y dudo que haya alguna de las que vimos.
El museo tiene restaurante-cafetería así que después de la visita al museo -en el que estaríamos algo menos de 2 horas-, nos sentamos en el exterior a descansar tomando algo y admirando las vistas. A la sombra y con un poco de brisa, es un lugar donde casi se puede pasar tanto tiempo como dentro del museo. 😀
Una vez descansados, nos decidimos por tomar el resto del día «libre» y fuimos a cocernos a la playa un poco. Había que probar el agua. 🙂
Vuelta al hotel, nos cambiamos y fuimos a nuestra primera incursión en Miami Beach.
Miami Beach. La playa.
No voy a negarlo, la playa es una gozada. El paseo por la zona de South Beach, la arena fina, agua tirando a caliente, grande, limpia, con muchos servicios… Y las típicas casetas y pick-ups de socorristas en plan Baywatch. 🙂
Antes de plantar el culo en la arena, fuimos caminando un poco para ver la playa y los alrededores. Como la parte de arena es bastante ancha, fuimos caminando por ella. Yo esperaba encontrarme a la típica estampa que creo que todos nos imaginamos: Hombres de musculitos y mujeres espectaculares -y algo plásticas-, sin embargo, poco o nada por el estilo.
Una vez «aterrizamos» en la arena, ahí nos quedamos hasta que empezó a bajar el sol. Recogemos las cosas, nos vamos de vuelta al hotel, ducha y cena. Al acabar, caminata por la famosa Ocean Drive.
Ocean Drive, South Beach y el Art Decó
Ay, el Art Decó. Edificios de estilo años 20, colores pastel, luces de neón… Si te gusta este tipo de arquitectura, disfrutarás como un niño. A mi particularmente es algo que me encanta.
Como «friki» de algún juego como el famoso Grand Theft Auto, nos viene a la cabeza irremediablemente una de las versiones de la saga, recreadas en una ciudad ficticia sospechosamente parecida, en los años 80. 😀
La zona de South Beach es llamada también Art Decó District. Tienen un Centro de bienvenida donde realizan tours explicándote sobre los edificios Art Decó de la zona. En la página de disfrutamiami también te muestran un itinerario que puedes hacer para ver lo más llamativo de la zona sin esperar a hacer un tour.
Los edificios están en perfecto estado y dar una vuelta por la zona, de noche, es un espectáculo. Ya no solo por la arquitectura, sino por todo lo que se mueve por Ocean Drive, tanto en los bares y restaurantes como en los modelos de coches que van de aquí para allí por la calle. Es un todo, un conjunto que se disfruta ya solamente caminando por la calle.
Así que después de la caminata por la zona más llamativa de South Beach, nos vamos de vuelta al hotel a descansar. Al día siguiente, más.
Día 2, día de arte callejero miamiense
Después de desayunar y caminar un poco por la zona de Miami Beach, fuimos a buscar el coche y pusimos rumbo a una parte del Miami Design District. Al llegar a la zona, no fue difícil encontrar donde aparcar a pesar de que había bastante movimiento.
Como habíamos pasado por delante del recinto, ya sabíamos a donde queríamos ir… Y tardamos más de lo que deberíamos porque a medida que caminábamos, ya nos íbamos quedando asombrados con el ambiente de la calle.
Wynwood Walls
Increíble. Así es como definimos nosotros esta zona. El arte callejero, las galerías de arte, tiendas de antigüedades, las tiendas de ropa… Todo hacen un conjunto digno de ver.
Los murales de Wynwood Walls son unas auténticas obras de arte. Mirara donde mirara, me gustaba. Más o menos, pero todos me encantaron. Y esto por mucho que lo cuente, sólo se puede mostrar mediante alguna foto.
Dentro de las Wynwood Walls tienen una galería de arte donde puedes comprar obras de los mismos artistas de fuera. Habría cuadros buenísimos, de todo tipo… Y caros. ¡Vaya con los precios!
Indiscutiblemente no son para todos los bolsillos.
Como tengo comentado, no soy un experto en arte, pero lo admiro. Así que para conocer mejor sobre el recinto y sus artistas, nada mejor que la propia web: The Wynwood Walls.
También dentro del mismo recinto tienes una cafetería y restaurantes donde nos metimos a refrescarnos un poco. Otra cosa no, pero calor en Miami en agosto hay un poco.
Una vez sales de las Wynwood Walls en sí y paseas por la calle, te empapas del ambiente. Quedamos prendados de la zona. Tanto, que al día siguiente tuvimos que volver porque algo que queríamos visitar, se nos pasó por alto sólo por el hecho de caminar por allí. 😀
The Wynwood Yard
Cuando nos llegó la hora de picar algo, nos acercamos a lo que llaman Wynwood Yard. Comida venezolana, colombiana, china, thai… Encontramos de todo en los food truck.
A nosotros el cuerpo nos pidió algo «de la tierra» y nos fuimos directos al food truck de comida venezolana. Unas buenas empanadas criollas con su guasacaca, unos tequeños -comida típica venezolana- y unas Frescolitas -unos refrescos típicos de Venezuela-.
Hacía años que no disfrutaba de algo así… Y que conste en acta que la comida de España es BRUTAL. Pero hay cosas que el sitio de nacimiento da y no se te va nunca.
El mercado es en realidad un recinto donde hacen conciertos, clases de todo tipo -yoga, jardinería…- y que es muy curioso de ver. Nos coincidió un día en el que estaban con un concierto.
Así que, música en directo y comida de la buena. Lo disfrutamos un montón. 🙂
Vuelta a Miami Beach
Como comenté, en Miami viven amigos que son prácticamente familia y este fue el día que quedamos para cenar.
Fue la primera vez que nos dimos cuenta de lo ENORME que es Miami City. Para ir desde nuestro hotel en South Beach hasta la casa de mi amigo, el viaje duró 45 minutos. Todo dentro de la ciudad.
Fuimos a comer algo a un restaurante fusión peruano-japonés que no estaba nada mal. Tenía vistas a uno de los tantos lagos y canales que hay repartidos por Miami. Se llama Sokai Sushi Bar.
Nos pusimos al día, nos indicaron algún sitio que otro que podríamos visitar -y que le hicimos caso- y nos fuimos de vuelta al hotel. Hora de dar otra caminata por South Beach y sacar fotos de noche. Trípode y cámara y allí nos fuimos.
Una vez nos cansamos, de vuelta al hotel. ¡Qué gran día! Los siguientes los cuento en este enlace.