Roadtrip por Islandia. Mývatn y el camino hacia el este.

Tiempo de procrastinación | 10 minutos

¡Por fin un día de sol!

Hasta ahora todos los días habían sido «de aquella manera». Después de 2 días de lluvia casi constante, amanecía despejado y con visos de que iba a aguantar -aunque uno no se puede fiar de Islandia-.

Vamos a un supermercado a comprar el desayuno y tras reponer fuerzas, ponemos rumbo a la primera parada del día.

Volcán Hverfjall

El parking es de fácil acceso y está justo a los pies del volcán.

Las vistas desde arriba prometen, pero primero hay que subir. El desnivel es importante y si no tienes cierta forma física, vas a tener que ir haciendo «alguna paradita» de camino. De todas maneras, no es un camino difícil de hacer.

Tras llegar a la parte superior, puedes darle la vuelta al cráter a través del camino habilitado para ello. La distancia, eso sí, es de alrededor de un kilómetro.

Cuando nos plantamos arriba, me dejó boquiabierto. Las vistas de toda la zona del lago Mývatn son ALUCINANTES.

Puede verse el lago entero -la foto que abre este artículo-, las fumarolas de la central geotérmica que hay al lado de la zona de baños, el bosque, el campo de lava, los pseudocráteres que visitamos ayer y al fondo, las montañas nevadas.

Se ven los coches a la izquierda -para hacerse una idea del tamaño-, un pseudocráter en primer plano
y el humo de la central térmica, al lado de donde están los baños termales de Mývatn

Tomamos el camino hacia la izquierda para ir a un punto un poco más alto y aunque yo quería dar la vuelta al cráter entero, alguien opuso resistencia después de la «subidita». 😀

Pero lo dicho, las vistas tanto hacia el interior del cráter -que impone lo suyo- como en los alrededores son dignas de admirar. La forma «de volcán» que tiene la montaña a mi particularmente me llamó mucho la atención. Parece de caricatura.

Después de enamorarse de las vistas y de sacar las fotos correspondientes, toca bajar. La siguiente parada es algo frikiJuego de Tronos aparece en escena.

Grjótagjá

Si Jon Snow me lee, le daría al «like» a esto.

La cueva de Grjótagjá fue el sitio del primer frungimiento «encuentro» con la que se convirtió en su primer amor en la serie: Ygritte. Offtopic: les debió de ir tan bien que en la vida real se casaron, por si no lo sabes.

La cueva en sí no ofrece nada más que un pequeño lago de agua caliente en el interior. De hecho, el acceso a la cueva es complicado porque las dos entradas que tiene son pequeñas y muy incómodas. Me hubiera gustado ver al equipo filmando en el interior.

Qué ratito más bueno pasó Jon Snow aquí…

Antes era un sitio de baño de los habitantes de la zona, pero lo terminaron cerrando por la afluencia de extranjeros y porque el agua está calentita. Pero calentita de verdad.

Había bastante gente y dentro puede acceder muy poca, así que entramos, vimos, sacamos un par de fotos y nos fuimos en el espacio de unos 15 minutos. No da para mucho más.

En el exterior hay una pequeña ruta para caminar donde se ve un pequeño trozo de falla. Dimos una vuelta por allí y listo. A la siguiente parada.

Una parada intermedia

Cuando íbamos dirección Hverir, paramos en un lago con un color azul turquesa impresionante.

Al bajarnos del coche nos recibe el olor a huevo cocido y un letrero que nos advierte que el agua está muy caliente y que pueden haber pequeñas explosiones de vapor en el lago, así que, que tuviéramos cuidado.

La orilla del lago -que se llama Blue Lake… Muy original-, está lleno de azufre mezclado con barro. Un sitio extraño y que a mi particularmente me produjo mucha curiosidad.

Por si no queda claro que se ve que sale caliente…

En una zona de la orilla hay una valla bordeando un agujero por el que sale -a muchísima presión- agua caliente literalmente del suelo. Hay un letrero en la valla que advierte que el agua está a 100 grados centígrados.

Algunas fotos después, es hora de ir a «intoxicarnos» un poquito: A la zona geotermal de Hverir.

Hverir

Al aparcar en la zona, ya te puedes ir haciendo una idea de lo que hay.

A lo lejos se ven fumarolas y el colorido de la montaña no me permite apartar la mirada. ¡Es Marte!

En el momento que abres la puerta del coche, el olor es intensísimo. Justo el viento nos venía de cara y el «colocón» que estábamos pillando era bueno.

Caminamos hacia lo que teníamos más cerca, que era, literalmente, barro burbujeando.

En esta zona geotermal todo está casi a ras de suelo. El área además es bastante grande y lo más curioso es que incluso en la montaña de fondo se ve que casi en la cima -a ojo, unos 500 metros de altura sobre la zona donde estábamos- hay otra fumarola.

La zona de Hrevir

Desde esta montaña baja un pequeño riachuelo con agua blanca-gris.

Toda la zona es digna de pasear, incluso subiendo a la cima de la montaña por el camino demarcado.

Y es que eso es algo a tener en cuenta. Toda la zona está demarcada para que no metas la pezuña el pie en algún charco de barro, o alguna zona que esté caliente «de más».

Si me dijeran que Matt Damon grabó alguna escena de la película The Martian aquí, me lo creería. Me sentía como si estuviera allí.

¿Dónde está Matt Damon?

Un volcán con lago: Krafla

Nuestra intención inicial era pasar de largo… Y menos mal que se ocurrió poner el intermitente en la salida. En la cima del volcán Krafla hay un mirador -desde donde se sacaron las fotos- y antes se podía hacer una pequeña ruta bordeándolo, pero lo han cerrado.

Este volcán tiene en su cráter una laguna de azul intenso que no hace más que seguir manteniéndonos con la boca abierta. ¡Vaya colores!

La montaña tiene buena altura. Tanta, que en la parte superior ya se empezaban a vislumbrar las primeras nieves.

Como el día estaba muy luminoso, pudimos ver perfectamente el contraste tan llamativo de colores entre la tierra del volcán, la laguna y la nieve. Impresionante.

La panorámica del móvil fue la única forma de poder obtener toda la foto.

Cascadas a pares: Dettifoss y Hafragilsfoss

Después de un buen tramo de carretera, llegamos a la zona de las cascadas Dettifoss y Hafragilsfoss. La zona de parking es relativamente amplia y no hay que caminar mucho hasta las cascadas.

El camino, a unos 300 metros del parking se divide en 2 para ir a las cascadas. Desde ese punto, hay unos 600 metros para llegar a una u otra.

Tomamos el camino de la izquierda para visitar primero la más famosa: Dettifoss.

El camino te lleva por un campo de lava y hasta un mirador a la altura de la parte alta de la cascada. Al llegar, por primera vez tenemos la posibilidad de ver una cascada con luz solar.

¡Preciosa! ¡Con arcoíris y todo!

De nuevo, me salvó la foto panorámica del móvil para poder
capturar arcoíris -aunque poco- y cascada de Dettifoss.

La cascada hace una especie de diagonal en su caída al cañón de columnas basálticas. Particularmente me impresionó más la fuerza del agua de Dettifoss más que Gullfoss.

Hay la posibilidad de bajar a un mirador que queda como a mitad de caída. No lo hicimos porque las vistas no iban a ser mejores y además, empezaba a vislumbrarse en el horizonte unas nubes con mala pinta.

Después de admirar las vistas -con sus fotos correspondientes-, damos media vuelta para visitar Hafragilsfoss.

Esta cascada es relativamente pequeña. Está en la parte alta de Dettifoss -de hecho, el curso del río sigue hacia Dettifoss-. La gracia de ella es que está rodeada de columnas basálticas que le dan un aspecto llamativo.

Aunque nada que ver con Svertifoss. Ya hablaré de ella en su momento.

De camino a Seyðisfjörður

Se nos hizo un poco tarde tras la visita a Dettifoss -y después de ver todo lo que vimos este día- y aún nos quedaban 2 horas y media de camino a nuestro siguiente hotel en este pequeño pueblo pesquero.

De camino, la carretera 1 bordea parcialmente el río Jökulsá á Dal. Este río atraviesa un cañón -que no se ve desde la carretera- formado por columnas de basalto. Esta zona, llamada Jokuldalur, es sumamente llamativa.

Pero es otra cosa que dejamos en la columna de los «Debe». No teníamos tiempo material para parar a verlo.

Tras 2 horas y 15 minutos por la carretera 1, en Egilsstaðir se toma el desvío dirección Seyðisfjörður.

El camino comienza un ascenso con carretera haciendo varias U para salvar la gran altura que se llega a alcanzar.

De hecho, tras pasar el buen trozo de carretera con un gran desnivel, se tienen una vista grandiosa del valle donde se encuentra Egilsstaðir. Hay un pequeño mirador desde donde para a contemplarlo.

Y cuando pensaba que no se seguía subiendo, la carretera siguió haciéndolo, atravesando la parte alta de la montaña. Esta zona, con las primeras nevadas tiñendo de blanco las cumbres, llama mucho la atención por un lago y las continuas cascadas que se ven en los bordes de la carretera.

Por el puerto de montaña hacia Seyðisfjörður.

Pero así como ascendimos, tocaba bajar al nivel del mar.

La carretera hace el camino descendente casi de la misma manera que se asciende: Con curvas en forma de U.

Casi llegando a Seyðisfjörður, tuvimos que detenernos. Ver este pequeño pueblo desde las alturas, metido en el fondo del fiordo donde se ubica es -cómo no- digno de disfrutar a pesar de la lluvia -por momentos nieve- y la semioscuridad que ya nos envolvía.

Tras terminar de bajar el puerto, nos dirigimos al hotel. En este caso, un antiguo hospital del que no se olvidan porque el mismo nombre del hotel lo recuerda: Hafaldan HI Hostel – Old Hospital Building.

Un poquito de Seyðisfjörður de noche

En él nos atendió una chica islandesa muy sonriente que, tras escucharnos hablar en español entre nosotros, lo hizo ella en un más que correctísimo español. Después de sorprendernos y de preguntarles, la cosa tenía truco: Vivió en Madrid y el novio madrileño está con ella en Seyðisfjörður.

L’amore.

Después de hacer el check-in, le preguntamos a la recepcionista dónde podíamos comer. Era hora de sentarnos en una mesa, después de tantos días de bocatas y pizzas.

Seyðisfjörður es pequeño -menos de 700 habitantes- así que las opciones de comida a las 8 de la noche no podían ser muchas. Ella nos recomendó el restaurante del Hotel Aldan y acertó de pleno.

Pedimos 2 pintas de cerveza «de la tierra», de entrante un ceviche de bacalao que quitaba el hipo y después un plato de carne de caballo -muy rico-, pero lo que más destacó fue sin duda alguna una versión del famoso «fish & chips» inglés en el que el pescado estaba increíblemente rico.

A mi no me gusta nada el bacalao que como en España, pero tanto el ceviche como sobre todo, el bacalao rebozado del «fish & chips» podría comerlo todos los días. ¡Buenísimo!

«Fish & chips» con bacalao. De muerte lenta.
¡Riquísimo!

Y para acabar la noche, después de salir felices de la comida -que no de haber pagado… Otros 90 euros-, damos un pequeño paseo por el puerto para acabar de nuevo al lado del restaurante.

Y es que donde está ubicado es el inicio de la calle más famosa del pueblo y que «acaba» en la iglesia.

Sacamos trípode y nos dedicamos a «afotar» un poco.

Otra cosa no, pero fotogénico es un rato.

Un gran día en el que vimos muchísimo y comimos buenísimo. Y aún quedan días por delante.

Al día siguiente toca poner rumbo al sur. Ya lo contaré en los próximos artículos cuando los publique. 🙂

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