Empieza la parte final del roadtrip. Y es que ya empezamos a ir hacia la zona más turística de Islandia: La parte sur.
Esta aventura que empecé contando en una serie de artículos a través de 2 entregas anteriores que empiezan aquí y la segunda parte aquí, llega al 75% con esta serie de artículos que lanzo hoy.
Seydisfjordur
Tal y como conté en el artículo anterior, este pequeño pueblo pesquero situado en el fondo de un fiordo es encantador.
Después de desayunar en el salón comunal del hotel -que nos encantó, aunque con la anécdota de que se fue la luz cuando estábamos preparando el desayuno y no había nadie en recepción a esa hora-, metimos las cosas en la Dacia y fuimos a caminar por el pueblo.
Volvimos a calle donde está la iglesia -que es la calle más característica de Seydisfjordur– y seguimos caminando hasta darle la vuelta por la zona del puerto.
Es todo muy tranquilo, aunque el día tampoco acompañaba. Hacía frío y aunque no llovía, estaba bastante nublado.
Nada nuevo bajo el sol -ese que no había-. 😀
Tras sacar alguna foto más, nos dirigimos al coche. Para salir de Seydisfjordur hay que desandar lo andado hasta Egilsstaðir. Viendo cómo fue la noche, pensábamos que íbamos a encontrar mucha nieve en el puerto de montaña.
Miniparada de camino en la Cascada Gufufoss
Más cerca de Seydisfjordur que de Egilsstaðir y que en la ida no vimos, hay una pequeña cascada a pocos metros de la carretera.
No íbamos a parar en ella, pero vimos 4 coches aparcados y dijimos lo de «bueno, ya que estamos…», así que aparcamos.
La carretera en esta zona está en cuesta y mientras nos poníamos la chaqueta nos fijamos en un grupo de unos 7-8 japoneses que estaban usando un patinete para bajar por la carretera en él.
Nos llamó la atención hasta que nos dimos cuenta de un detalle que igual os suena: ¿Vísteis la pelicula «La vida secreta de Walter Mitty»? Pues por esa zona se grabó una de las míticas escenas de esa película.
De hecho, hay agencias de viajes que te preparan una ruta por las zonas donde se rodó. Algunas de ellas en sitios que ya he comentado como la península de Snæfellsnes.
Si no la habéis visto, os la recomiendo. 🙂
Después de reírnos un poco con los japoneses -de buen rollo, ¿eh?- y ver la cascada -que en realidad no tiene gran cosa comparada con el resto que hemos visto-, queremos poner rumbo al lago Logurinn, cuyo nombre en islandés es Lagarfljót.
Es uno de los más grandes de Islandia -unos 53km cuadrados- y el más profundo de ellos -hasta 112 metros en algún punto-.
Existe la creencia que en este lago hay un «monstruito» similar al del escocés lago Ness, así que cuando paséis cerca, si veis algo raro, sacad fotos. 😀
Como no teníamos un punto exacto donde parar en el lago, decidimos poner en el GPS la ruta a la siguiente parada que va bordeándolo: La segunda cascada más alta de Islandia: Hengifoss.
Hengifoss
Tras un buen tramo de carretera donde mucha de ella va bordeando el lago, llegamos al parking de la ruta de senderismo que nos lleva a Hengifoss.
Esta ruta salva un desnivel importante y por la cual vamos atravesando terrenos privados que, donde está el camino de ascenso, lo dividen con puertas. Las vallas están electrificadas.
Lo que se ve a medida que se va ascendiendo es todo el valle de Fljótsdalur, una extensión de terrenos ENORME que, juntándolo con el clima donde veías partes con nubes, partes con lluvia y partes con sol, hacen del entorno un sitio que sólo puedo definir como mágico. La foto que abre el artículo es del valle desde el camino a Hengifoss. 🙂
Cuando ya teníamos más o menos a la vista Hengifoss, pudimos hacer una parada para admirar la cascada que está siguiendo el curso del agua de la cascada principal. Esta cascada es Litlanesfoss. Bonita, pero ante la visión de la otra, no te paras mucho.
Así que, tras una hora y algo de ascenso y donde el camino empieza a ponerse un poco más complicado -lleno de piedras un poco resbaladizas y algo de barro-, llegamos a Hengifoss.
Faltaban unos 5-10 minutos para llegar a la zona donde paramos a admirar la cascada cuando nos adelantó una «comitiva» de médicos, enfermos y auxiliares que iban a buscar a una persona que se había resbalado de unas piedras y al parecer, roto una pierna.
Es que hay que tener mala suerte. Además, arriba del todo.
Yo quería llegar hasta donde estaba la caída del agua, pero entre que nos íbamos a encontrar de camino a los médicos tratando al accidentado, que el camino se hacía malo por momentos -eso de irte agarrando a las piedras resbaladizas para subir y bajar de ellas- y que mi pareja estaba cansada, decidimos «quedarnos donde estábamos» y sacar las fotos desde allí.
La cascada impone. Son 112 metros de altura, con las rocas basálticas haciendo cortes y que en medio de ellas haya líneas de óxido de hierro le dan un aspecto muy distinto a lo que habíamos visto hasta ese momento.
Admiramos durante unos 15 minutos la cascada y la zona. Después de eso, toca hacer la ruta inversa. La carretera nos espera.
The road, 2 opciones
Al llegar al coche -que por cierto, en el parking hay baños públicos-, ponemos en el GPS la siguiente parada: La playa de Hvalnes, una reserva natural donde también hay un faro.
Para ir desde Hengifoss, el GPS nos da una ruta y el Google Maps otra.
Tras «cotillear» un poco por Internet sobre las rutas, nos encontramos con que la que nos indica el GPS es la Carretera 1, que va bordeando la isla mientras que las que nos dice el Maps es una carretera de montaña que en invierno llega a estar cerrada por la nieve. Es la Carretera 95 que, llegado un punto, hay que desviarse por la 939. Esta última no es una F -carretera sólo aptas para 4×4-, pero podía serlo perfectamente.
¡Qué carretera!
Conducir es una aventura en sí mismo en Islandia, pero lo de esta carretera superó mis expectativas -aunque más adelante os contaré la que superó incluso a esta-.
Es un camino de grava lleno de agujeros con curvas, subidas y bajadas alucinantes en medio de un paisaje entre salvaje, marciano y simple y llanamente sobrenatural.
Todo lo que vas encontrando va dejándote con los ojos cada vez más abiertos. Las montañas como cortadas por un patrón, los ríos -algunos un poco humeantes-, cascadas, nieve… Para terminar enfilando un último trozo de carretera estrecha con una pendiente muy pronunciada y curvas casi imposibles sobre gravilla sin quitamiedos y unas vistas hacia el fiordo donde se vuelve a enganchar la Carretera 1 que son para quedarse a vivir allí para siempre.
Os juro que no podíamos creer lo que estábamos viendo. Si Islandia llevaba sorprendiéndonos los días anteriores, la sorpresa no disminuía, iba «in crescendo».
Hvalnes
Al volver a estar en la Carretera 1, dejamos los caminos de grava para encontrarnos con una carretera que sin duda, es la mejor parte en la que está.
Esta carretera va bordeando el mar y cruzando multitud de ríos a través de puentes de una sola vía y con unas vistas -como no-, espectaculares tanto hacia el mar como hacia la montaña.
Sinceramente, es un país que se queda en la retina.
Al llegar a la reserva natural de Hvalnes, encontramos un parking al lado de la playa y decidimos bajarnos y caminar por ella. El faro quedaba a nuestra izquierda en lo alto, pero decidimos no ir. Las vistas que teníamos desde la playa no iban a ser muy distintas que desde el faro.
Esta playa de piedras negras es preciosa. Y el día estaba acompañando. Aunque sin duda lo que más nos impactó fue cuando echamos la vista atrás y ver el macizo montañoso que quedaba a nuestra espalda. Es indescriptible explicar la vista, así que es mejor poner la foto.
Y fijaos en el tamaño de las casas.
Nuestra granja-hotel del día
Empezaba a bajar el sol y aún teníamos camino que recorrer hasta nuestro próximo hospedaje, Brekka i Loni Farm Stay. Una granja con un edificio aparte donde habían 4 habitaciones individuales.
En este hotel fue la primera vez que nos encontramos con alguien que hablara con dificultad el inglés. Y es que se notaba que había empezado hacía poco a aprenderlo. Se agradece un montón a este tipo de gente que lo intente. 🙂
El chaval era un «nativo islandés» cerca del metro noventa y estoy por asegurar que más de 100 kilos, pero con una cara de bonachón que tiraba para atrás.
El hotel, con unas vistas preciosas, nos daba la bienvenida con el balar de las ovejas. Otro día más en Islandia. Aún quedaban días para irnos pero yo ya empezaba a echarla de menos.