Llego al final del relato. Igual ha sido muy largo, no lo sé, y por eso espero tener algo de «feedback» con la gente que lo ha leído. 🙂
Empecé contando el roadtrip por Islandia en los primeros 3 artículos empezando en este. Luego, de 3 en 3, he contado la segunda parte aquí y la tercera aquí.
Finalmente, he decidido dividir en 2 artículos los 3 últimos días del viaje. Un viaje que me ha llevado a conocer -al fin- uno de los países de los que estaba enamorado y del que vuelvo aún más.
Espero volver a Islandia algún día. El huequito en el «curasao» ya lo tiene.
La ruta a las Tierras Altas de Islandia
Uno de los lugares que teníamos anotados en la lista era Landmannalaugar.
Este nombre tan largo y medio «trabalengüístico» se refiere a una zona de la Reserva Natural de Fjallabak que está ubicado en las Tierras Altas de Islandia.
Las Tierras Altas de Islandia eran una zona de gran actividad volcánica y es de esos sitios que, tal y como nos pasó el Hverir, parece que estuvieras en otro planeta.
Aunque la ruta para ir hasta Landmannalaugar no es fácil. Dependiendo de la carretera por la que vayas, hay que vadear un par de ríos. Incluso al llegar al camping de Landmannalaugar, si quieres acercarte más, tienes que cruzar otro.
Nosotros partíamos desde Hella, punto desde el cual podíamos tomar cualquiera de las 2 rutas perfectamente.
Y aunque el corazón me pedía ir por la ruta para vadear los ríos -en realidad son poco caudalosos y poco profundos, por lo que cualquier 4×4 puede hacerlo-, el cerebro me decía que me dejara de líos, que la cosa no estaba para fiarse de la Dacia -que de manera intermitente durante todo el viaje desde el primer día que se encendió la luz del cuadro, seguía encendiéndose-.
Así que optamos por la ruta «fácil».
Desde Hella, se toma la Carretera 1 dirección Reykjavik unos pocos kilómetros, luego nos desviamos por la Carretera 271 hasta enganchar la Carretera 26. Si vas desde Reykjavik, la 26 la encontrarías antes de la 271, así que ya elegirías esa.

un espectáculo por las Tierras Altas de Islandia
Tras alcanzar la Carretera 26, en algún punto de esta y después de recorrer una buena cantidad de kilómetros, se convierte en la Carretera F26. Es decir, que pasa a ser exclusivamente para vehículos 4×4.
La 26 al principio era de asfalto, luego se convirtió en grava. Y cuando se pasó a ser F26, esa grava fue llenándose exponencialmente de agujeros que por veces me obligaron a frenazos y algún que otro bandazo.
Y es que cuando te confiabas e ibas a «velocidad de crucero» -recuerdo aquí que la velocidad máxima en carretera de grava son 70 km/h-, te encontrabas con una zona donde el coche no dejaba de dar tumbos al punto de que podía hacerte perder el control.
Después de unos 40 kilómetros en la 26-F26 hay que desviarse a la Carretera 208 donde, al acabarse, se convierte en F208.
El último tramo de la F26, pero sobre todo la 208 y especialmente el último trozo de la F208 son horrorosos para cualquier 4×4 medio.
Como los días anteriores habían sido lloviosos, encontrabas una cantidad ingente de agujeros encharcados que, como no sabías la profundidad, sólo podías pasar a velocidades relativamente bajas. Yo no quería arriesgarme a dejar el coche en alguno de esos boquetes.
Recuerdo además una zona en cuesta que el suelo eran piedras pequeñas. Una de esas zonas que tienes que pasar con decisión porque como frenes, te quedas ahí y tienes que ir marcha atrás hasta la zona llana y volver a intentar subir.
Los últimos 3 kilómetros están increíblemente bacheados. No sé si lo hacen a propósito para que el turismo no sature la zona o qué, pero vamos, que más te vale no cogerle cariño al coche. Yo, menos mal, no le llegué a tener. 😀
Lo que sí, que los autobuses y furgonetas que campan por el país, preparados con ruedones de tractor pasan por estas zonas como vamos por una autopista por España. Ni se inmutan.

El camping de Landmannalaugar
Al llegar al valle donde está el camping hay un aparcamiento ANTES de tener que vadear el río. Este camping además de poder dormir en él, tiene una piscina termal. Tanto una cosa como la otra no son para echar cohetes. Es más el sitio donde está que otra cosa.
Si te atreves a vadear el río, hay una amplia zona de parking junto a los edificios del camping. Yo, como he dicho, no me fiaba de la Dacia, así que aparcamos antes.
Como anécdota, mientras estábamos poniéndonos la chaqueta, vadearon el río un par de coches y un autobús. Uno de los coches -una Suzuki Jimny 4×4-, al salir del río la matrícula la llevaba colgando y le había entrado agua al interior.
El lugar donde está situado el camping es impresionante. Es un valle donde hay un montón de riachuelos y las montañas que lo bordean tienen infinidad de colores. Se pueden ver además, varias columnas de humo que te recuerdan que es una zona volcánica.

A la derecha, el área de aparcamiento y por detrás, otra zona del valle. 🙂
Tras cruzar el río y varios riachuelos por puentes, llegamos a las instalaciones del parking donde hay una caseta en la que se puede comprar un mapa de las rutas de senderismo.
Hay una gran cantidad de rutas. De hecho, la chica que nos atendió nos comentó que para conocer todo Landamannalaugar harían falta 4 días enteros.
A pesar de que el camino son poco más de 100 kilómetros desde Hella, nos llevó algo más de 2 horas llegar. El día estaba nublado, pero tenía pinta de que se iba a poner malo, así que pedimos que nos recomendaran una ruta para hacer en unas 2 horas y media.
Así que, tras marcarnos en el mapa la ruta, damos las gracias, pagamos el mapa y salimos.
¡A caminar!
Senderismo en Landmannalaugar
O trekking, que queda más «cool».
La ruta empieza subiendo una pequeña cuesta que nos lleva a un campo de lava. Si echábamos la vista atrás, veíamos desde un pequeño alto la zona de parking del camping y mucho del valle donde se sitúa.
Tras caminar unos 25 minutos, nos encontramos con otro valle imponente de montañas de colores y con algunas ovejas pastando en él. El sitio quita el aliento.

¡Esas montañas son altísimas!
Después de sacar infinidad de fotos, en un cruce de caminos, giramos a la derecha y nos adentramos en el valle bordeando la montaña de la izquierda.
Vamos siguiendo el curso de un pequeño riachuelo y nos encontramos con más ovejas. Al final del sendero, había una zona que nos había dicho la chica de la recepción que era, palabras textuales, «con un poco de desnivel y que había que tener cuidado».
Lo que ella le llamaba «un poco de desnivel» resultó una cuesta donde por zonas tenías que agarrarte a las piedras para seguir subiendo. Los primeros 100 metros -en vertical- los ganamos en unos 70 metros -en horizontal-.
Pero es que no se acababa ahí la cosa. Aunque el desnivel no era tan pronunciado, terminamos ganando otros 60 metros más de altura en otros 500 metros. Que no parecen muchos, pero con un viento que empezó a soplar con una fuerza importante, se hicieron muy complicados.

Entre parada y parada para descansar, a pesar del esfuerzo, no dejábamos de repetir lo alucinante que era el sitio. Y es que por mucho que se explique, las fotos hablan por sí solas. Y eso que el día no acompañaba para las fotos «buenas».
Al llegar al punto más alto de la ruta, vemos unas nubes muy negras que se están aproximando. Llevábamos casi 3 horas de ruta e íbamos por la mitad. Los cálculos de la chavala de recepción eran un poco optimistas. 😀

tienen tocado nada sobre la saturación de colores.
Decidimos acortar por el camino del medio de vuelta al parking. No me gustaban las nubes que veía venir, que además se acompañaban de vez en cuando con algún trueno.
El camino cuesta abajo nos llevó a descubrir la zona de las fumarolas y el azufre en el suelo, como en Hrevir. El olor a huevo cocido -que recordaré toda la vida- hacía acto de presencia de nuevo.
Empieza a llover, por lo que emprendemos el camino de nuevo, es una verdadera lástima que no pudiéramos completar la ruta. Pero si de algo estoy seguro es que si vuelvo a Islandia, volveré a Landmannalaugar.

De camino al hotel en Selfoss
Google Maps nos indicó la ruta desde Landmannalaugar hacia Selfoss no por la 26. Nos llevó a través de otra carretera.
Al acabar la F26 -donde en teoría se convierte en la 26, aunque no lo tengo claro-, nos dijo que nos desviáramos hacia la Carretera 32.
Al llegar a esta carretera, empezaba a anochecer y el agua a arreciar. La lluvia caía con mucha, muchísima fuerza.
Durante el trayecto por la Carretera 32, que finalmente termina en la Carretera 30 atravesamos zonas donde simple y llanamente no había visibilidad. La 30 sube a una suerte de puerto de montaña donde además de la lluvia y la noche, se nos juntó la niebla. Pensé seriamente en parar porque no veía absolutamente nada.
Y es que el agua que caía no era normal. Nunca en mi vida vi llover con esa intensidad durante tanto tiempo. Era una lluvia torrencial que nos acompañó durante más de la mitad del camino.
2 horas y media después, llegamos a nuestro hotel en Selfoss. Muy cansados por la caminata y por la carretera de vuelta y en mi caso algo triste al darme cuenta que nos quedaba muy poco para irnos.
Habíamos llego a la «civilización» de nuevo y sólo nos quedaba por ver Reykjavik.
Aunque aún nos esperaba alguna sorpresa.